07 julio 2011

Santidad: 5. El costo – J. C. Ryle

Traducido por Erika Escobar

“¿Quién de ustedes, queriendo construir una torre, no se sienta primero y calcula el costo? (Luc 14:28).

La cita bíblica que encabeza esta página es una de gran importancia. Son pocas las personas que no se preguntan a sí mismas frecuentemente: “¿Cuál es el costo?”

Cuando se compra una propiedad, se construye una casa, se adquiere mobiliario, se arman planes, se cambian de casa, en la educación de los niños, es sabio y prudente mirar hacia adelante y considerar. Muchos se ahorrarían a sí mismos pesar y problemas si tan sólo recordaran la pregunta: “¿Cual es el costo?”

Sin embargo hay un tema en el cual es especialmente importante considerar el costo. Ese tema es la salvación de nuestras almas. ¿Cuánto cuesta ésta a un verdadero cristiano? ¿Cuál es el costo de ser realmente salvo? Después de todo, esta es la gran cuestión. Por falta de pensar miles, después de haber comenzado bien, vuelven sus espaldas al camino del cielo y se pierden para siempre en el infierno.

Vivimos tiempos extraños. Los eventos se producen con una rapidez abismante. Nunca sabemos “lo que el día nos traerá”, ¡y mucho menos sabemos lo que puede pasar en un año! Vivimos en días de gran profesión cristiana. Las estadísticas de cristianos profesantes en cada parte de la tierra están señalando el deseo de mayor santidad y un mayor grado de espiritualidad. No hay nada más común que ver a las personas recibiendo la Palabra con alegría y luego de dos o tres años, apartándose y cayendo nuevamente en sus pecados. No han considerado el costo de ser un creyente consistente y un cristiano santo. De seguro estos son tiempos en los cuales debemos sentarnos y contabilizar el costo y considerar el estado de nuestras almas. Debemos pensar en qué estamos. Si deseamos ser verdaderamente santos, es una buena señal. Podemos agradecer a Dios por poner este deseo en nuestros corazones, pero aun así el costo debe ser contabilizado. No hay duda que el camino de Cristo a la vida eterna es un camino de agrado, pero es locura cerrar nuestros ojos al hecho que Su camino es angosto y que la cruz antecede a la corona.

1. EL COSTO DE SER UN CRISTIANO VERDADERO

Que no haya malentendido en lo que digo. No estoy examinando lo que cuesta salvar el alma de un cristiano. Sé muy bien que eso cuesta nada menos que la sangre del Hijo de Dios para dar expiación y redimir al hombre del infierno. El precio pagado por nuestra redención no es nada menos que la muerte de Jesucristo en el Calvario. “Somos comprados por un precio”. “Cristo se dio a Sí Mismo en rescate de todos” (1 Cr. 6:20, 1 Tim. 2:6). Pero todo esto queda fuera del tema. El punto que quiero considerar es otro absolutamente distinto. Es aquel que un hombre debe estar listo a pagar si desea ser salvado; es la cantidad de sacrificio que un hombre debe ofrecer si pretende servir a Cristo. Ese es el sentido por el cual formulé la pregunta: ¿Cuál es el costo? Y creo firmemente que es una pregunta de mucha importancia.

Concedo que cuesta poco ser un cristiano de palabra. Un hombre solo tiene que ir a un lugar de adoración dos veces el domingo y ser moralmente tolerante durante la semana y ya ha ido en religión tan lejos como los miles alrededor suyo que nunca irán. Todo esto es un trabajo barato y fácil; no involucra abnegación ni sacrificio. Si esto es cristianidad salvadora y nos llevara al cielo cuando muramos debemos entonces alterar la descripción de la forma de vida y escribir “¡Ancha es la puerta y amplio el camino que lleva al cielo!”

Sin embargo, de acuerdo a los estándares de la Biblia, cuesta “algo” ser realmente un cristiano. Hay enemigos que vencer, batallas que pelear, sacrificios que hacer, un Egipto que abandonar, un desierto por el cual atravesar, una cruz que cargar, una carrera que correr. La conversión no es poner a un hombre en una silla de ruedas y conducirlo fácilmente al cielo. Es el comienzo de un conflicto poderoso, en el cual cuesta mucho ganar la victoria. De ahí que nace la importancia indescriptible de “saber el costo”.

Déjenme intentar mostrarles en forma precisa y particular cuánto cuesta ser un verdadero cristiano. Supongamos que un hombre está dispuesto a enrolarse con Cristo y se siente impelido e inclinado a seguirlo. Supongamos que algunas aflicciones, una muerte inesperada o un sermón iluminador han removido su consciencia y le hace sentir el valor de su alma y desea ser un verdadero cristiano. Todo lo alienta, sus pecados pueden ser perdonados gratis, no importa cuán grandes o muchos sean; su corazón puede ser completamente cambiado, sin importar cuán frio y duro sea. Cristo y el Espíritu Santo, misericordia y gracia, están ahí preparados para el… aun así debe considerar los costos. Veamos en detalle, una por una, las cosas que su religión le costará.

1. Ser verdadero cristiano costará dejar el propio concepto de justicia y rectitud. Se debe dejar todo el orgullo y buenos pensamientos y conceptos de la propia bondad. Se debe estar contento de ir al cielo como pobres pecadores salvados por la gracia gratuita y debiendo todo el mérito y rectitud a otro. Se debe sentir realmente como lo dice el libro de oraciones que señala que ha “errado y se ha descarriado como una oveja perdida”, que ha “dejado sin hacer las cosas que debió haber hecho y que no hay sanidad en él”. El debe estar deseoso de abandonar toda su confianza en su propia moralidad, respetabilidad, oración, lectura bíblica, concurrencia al templo, la recepción de sacramentos, y confiar en nada más que en Jesucristo.

2. Ser verdadero cristiano le costará al hombre sus pecados. Debe estar deseoso de abandonar cada hábito y práctica que es mala a los ojos de Dios. Debe encararlos, reñir contra ellos, romper con ellos, pelear con ellos, crucificarlos y trabajar para controlarlos, sin importar lo que el mundo alrededor suyo pueda decir o pensar. Debe hacerlo de manera honesta y equitativa. No puede dar ninguna tregua a cualquier pecado especial que ame. Debe contabilizar todos los pecados como sus enemigos de muerte y aborrecer cualquier camino falso. Sea pequeño o grande, sea público o secreto; debe renunciar por completo a todos sus pecados. Estos podrán contender diariamente con él y algunas veces casi se enseñorean, sin embargo, nunca debe dar espacio a ellos. Debe mantener una perpetua batalla con sus pecados. Está escrito: “Se llevó todas sus transgresiones”. “Apártense de sus pecados… e iniquidades”. “Dejen de hacer el mal” (Eze. 18:31, Dan 4:27, Isa 1:16).

Esto suena difícil, no lo dudo. Nuestros pecados son, a menudo, tan queridos para nosotros como lo son nuestros hijos: los amamos, los abrazamos, somos fieles a ellos y nos complacemos en ellos. Apartarse de ellos es tan difícil como cortarse la mano derecha o arrancarse el ojo derecho, pero debe hacerse. El abandono debe producirse. “Aunque el mal sea dulce en la boca del pecador, aunque lo oculte debajo de su lengua, aunque no prescinda de él y no lo abandone”, aun así debe ser abandonado si desea ser salvo (Job 20:12,13). El y el pecado deben pelar si él y Dios van a ser amigos. Cristo está ansioso de recibir a cualquier pecador, pero no lo recibirá si pegan a sus pecados.

El cristianismo le cuesta al hombre su amor por lo cómodo. Debe tomar los dolores y problemas si quiere correr una carrera exitosa al cielo. Diariamente debe vigilar y mantenerse en guardia, como un soldado en territorio del enemigo. Debe prestar atención a su comportamiento en cada hora del día, en cualquier compañía y lugar, en público como en privado, tanto entre extraños como en su propia casa. Debe ser cuidadoso con su tiempo, su lengua, su temperamento, sus pensamientos, su imaginación, sus motivos, su conducta en cada relación de vida. Debe ser diligente en sus oraciones, en la lectura de su Biblia, en el uso del domingo, con todos sus medios de gracia. Al considerar estas cosas, logrará pronto alcanzar perfección pero no debe descuidarse ni confiarse. “El alma del holgazán desea y no tiene nada, mas el alma del diligente será prosperada” (Prov. 13:4)

Esto también es difícil. Naturalmente, no existe nada que nos disguste tanto como “los problemas” de nuestra religión. Odiamos los problemas. Secretamente deseamos que pudiéramos tener una cristianidad indirecta y pudiéramos ser buenos por poder y que todo estuviera hecho para nosotros. Cualquiera cosa que requiera esfuerzo y trabajo es contra los principios de nuestros corazones. No obstante, el alma no puede tener “ganancias sin dolores”.

4. Finalmente, la verdadera cristianidad le costará al hombre el favor del mundo. Debe estar contento de ser considerado insano si agrada a Dios. No debe extrañarse si se mofan, si es ridiculizado, calumniado, perseguido y aún odiado. No debe sorprenderse que sus opiniones y prácticas religiosas sean despreciadas y desdeñadas. Debe rendirse a ser llamado un tonto, un entusiasta y un fanático; a que sus palabras sean malinterpretadas y sus acciones tergiversadas. De hecho no debe maravillarse si alguien lo llama loco. El Maestro dice: “Recuerden la palabra que les dije: ´El sirviente no es mayor que su Señor´. Si ellos me han perseguido, también los perseguirán a ustedes. Si ellos guardan Mi palabra, también guardarán la de ustedes” (Jn 15:20)

Me atrevo a decir que esto es también duro. En forma natural nos disgusta el trato injusto y las falsas acusaciones, y pensamos que es muy difícil ser imputado sin causa. No seríamos de carne y sangre si no deseáramos que nuestros vecinos tuvieran buena opinión de nosotros. Siempre es desagradable que se hable contra nosotros, nos abandonen y se nos mienta y que nos deje solos. Nada se puede hacer contra esto. La copa que nuestro Maestro bebió debe ser bebida por Sus discípulos. Ellos deben ser “despreciados y desechados entre los hombres” (Isa 53:3). Pongamos este ítem en el último lugar de nuestra cuenta. Ser un cristiano, le costará a un hombre el favor del mundo.

¡Considerando el peso de este gran costo, descarado en realidad es el hombre que se atreve a decir que podemos mantener nuestra propia justicia, nuestros pecados, nuestra flojera y nuestro amor por el mundo y aún así ser salvos!

Más aún, concedo que cuesta mucho ser un cristiano verdadero. Sin embargo ¿puede un hombre o mujer sano dudar si vale tal costo salvar su alma? Cuando el barco está en peligro de naufragar, la tripulación no duda en tirar por la borda la preciosa carga. Cuando un miembro es mortificado, un hombre se somete a cualquier operación severa, incluso una amputación, para salvar su vida. Es seguro que un cristiano estará gustoso de dejar cualquier cosa que se interponga entre él y el cielo. Una religión que nada cuesta, nada vale. Una cristianidad barata, sin una cruz, probará en el final ser inútil, sin una corona.

2. LA IMPORTANCIA DE HACER LA CUENTA

Sería fácil establecer este tema indicando el principio que ningún deber impuesto por Cristo puede alguna vez ser rechazado sin daño. Podría mostrar cuántos, a lo largo de su vida, cierran sus ojos a la naturaleza de la religión salvadora y rechazan considerar lo que realmente cuesta ser un cristiano. Podría describir como, al final, cuando la vida se desvanece, despiertan y hacen unos pocos esfuerzos espasmódicos para volverse a Dios. Podría decir como ellos encuentran, con asombro, que el arrepentimiento y la conversión no son asuntos fáciles como supusieron y que cuesta “una gran suma” ser un cristiano verdadero. Ellos descubren que los hábitos de orgullo, indulgencia pecaminosa y el amor por lo cómodo y la mundanería no son fáciles de poner a un lado como soñaron que sería. Y así, después de una débil batalla, ¡ellos abandonan con desesperación, y dejan el mundo sin esperanza, sin gracia y no aptos para encontrarse con Dios! Todos los días, se habían ilusionado a sí mismos con que la religión sería un trabajo llevadero desde el momento en que la asumieron seriamente la primera vez. Sin embargo, abren sus ojos demasiado tarde y descubren por primera vez que ellos están arruinados porque nunca contabilizaron el costo.

Hay, sin embargo, un cierto grupo de personas para quienes deseo especialmente dirigirme en esta parte del tema. Forman una clase grande, que crece y una que, particularmente estos días, está en riesgo especial. Déjenme en unas pocas palabras directas describir esta clase. Merece nuestra mejor atención.

Las personas a las que me refiero no están despreocupadas acerca de la religión; ellos piensan mucho en ella. No son ignorantes; ellos conocen muy bien el perfil de ella, pero su gran defecto es que ellos no están “enraizados y plantados” en su fe. Muy a menudo ellos han tomado su conocimiento de segunda mano, son parte de familias religiosas, tienen entrenamiento en los usos religiosos pero nunca han trabajado en ella por medio de su propia experiencia interior. Demasiado a menudo ellos han hecho apresuradamente una profesión religiosa bajo presión de las circunstancias, de los sentimientos, de la excitación animal o de un vago deseo de hacer lo que otros hacen a su alrededor, pero sin un trabajo sólido de la gracia en sus corazones Personas como estas están en una posición de inmenso peligro. Ello son precisamente aquellos, si los ejemplos bíblicos valen en algo, que necesitan ser exhortados a considerar el costo.

Por no considerar el costo, millares de hijos de Israel perecieron miserablemente en el desierto entre Egipto y Canaán. Ellos dejaron Egipto llenos del celo y fervor, como si nada pudiera detenerlos. Sin embargo cuando se enfrentaron a los peligros y dificultades del camino, su coraje pronto se enfrió. Nunca consideraron los problemas. Ellos habían pensado que la tierra prometida estaría ante ellos en unos pocos días. Y cuando su enemigos, las privaciones, el hambre y la sed comenzaron a apoderase de ellos, murmuraron contra Moisés y Dios y sinceramente habrían vuelto de regreso a Egipto. En una palabra, ellos no habían considerado el costo y así perdieron todo y murieron en sus pecados.

Por no considerar el costo, muchos de los oyentes de nuestro Señor Jesucristo se devolvieron luego de un tiempo, y “no caminaron con El” (Jn. 6:66). Al principio, cuando vieron Sus milagros y escucharon Su prédica, pensaron “que el reino de Dios se establecería de inmediato”. Ellos se unieron con Sus apóstoles y Lo siguieron sin pensar en las consecuencias. Pero cuando descubrieron que había doctrinas difíciles de creer y trabajo duro que hacer y maltrato que soportar, su fe se esfumó enteramente probando no ser nada en absoluto. En una palabra, ellos no habían considerado el costo e hicieron que su profesión naufragara.

Por no considerar el costo, el Rey Herodes volvió a sus antiguos pecados y destruyó su alma. Le gustaba escuchar a Juan El Bautista. Lo observaba y lo honraba como un hombre justo y santo. Incluso “hizo muchas cosas” que eran correctas y buenas, pero cuando vio que debía dejar a su querida Herodías, su religión sucumbió por completo. No había considerado esto. No había considerado el costo (Mar. 6:20).

Por no considerar el costo, Demas abandonó la compañía de Pablo, abandonó el evangelio, abandonó a Cristo, abandonó el cielo. Por un largo tiempo viajó junto al gran apóstol de los gentiles y fue realmente su “colaborador”, pero cuando se dio cuenta que no podía tener la amistad del mundo como la de Dios, abandonó su cristianidad y partió al mundo. “Demas me ha abandonado”, dice Pablo, “por amor el mundo” (2 Tim 4:10). No “había considerado el costo”

Por no considerar el costo, los oyentes de los predicadores evangélicos llenos de poder a menudo van a finales miserables. Ellos se conmocionan y excitan y hacen profesión de lo que no experimentan en realidad. Reciben la Palabra con una “alegría” tan extravagante que casi sobresalta a los viejos cristianos. Por un tiempo, corren con tal celo y fervor que parecen probablemente sobrepasar a todos los otros. Hablan y trabajan por objetivos espirituales con tal entusiasmo que hacen que los creyentes antiguos se sientan avergonzados. Sin embargo, cuando la novedad y la frescura de sus sentimientos se han ido, les sobreviene un cambio. Ellos prueban no haber sido más que oidores de pedregales. La descripción que el gran Maestro da en la parábola del sembrador es exactamente ejemplificadora. “Tentación o persecución por causa de la Palabra, los ofende” (Mat 13:21). Poco a poco su celo se derrite y su amor se vuelve frío. Uno a uno sus asientos en la asamblea del pueblo de Dios se van vaciando y no son escuchados nunca más entre los cristianos. ¿Y por qué? Nunca habían considerado el costo.

Por la falta de considerar el costo, cientos de convertidos profesantes, bajo reavivamientos religiosos, vuelven al mundo después de un tiempo y traen desgracia a la religión. Ellos comienzan con una noción tristemente equivocada de lo que es la verdadera cristianidad. Ellos fantasean que ella consiste sólo y nada más que la tan llamada “venida de Cristo” y tienen fuertes sentimientos interiores de alegría y paz, y cuando encuentran, después de un tiempo, que hay una cruz que cargar, que nuestros corazones son embusteros, y que hay un demonio ocupado siempre cerca nuestro, se enfrían en disgusto y regresan a sus viejos pecados. ¿Y por qué? Porque nunca supieron realmente lo que es la cristianidad bíblica. Nunca aprendieron que debemos considerar el costo.

Por no considerar el costo, los hijos de padres religiosos a menudo se vuelcan en lo malo y traen desgracia a la cristianidad. Son familiarizados desde pequeños con las forma y la teoría del evangelio, se les enseña desde pequeños a repetir los textos claves, cada semana son instruidos en ella o instruyen a otros en las escuelas dominicales, crecen a menudo profesando una religión sin saber por qué o sin haber nunca pensado seriamente acerca de ella. Y luego cuando las realidades de la vida de un adulto los presionan, a menudo asombran a otros alejándose de su religión y sumergiéndose derecho en el mundo. ¿Y por qué? Nunca entendiendo completamente los sacrificios que involucra ser cristiano. Nunca se les enseñó a considerar el costo de ello.

Estas son verdades solemnes y dolorosas, pero son verdades. Ellas ayudan a mostrar la inmensa importancia del tema que estoy considerando. Ellas puntualizan la absoluta necesidad de machacar el tema de este mensaje en todos aquellos que tienen el deseo de ser santos y de exclamar alto en todas las iglesias “CONSIDEREN EL COSTO”.

Soy atrevido al decir que sería bueno que el deber de considerar el costo se enseñara más frecuentemente. Urgencia impaciente es la orden del Qué día en muchos religiosos. Conversiones instantáneas y una paz sensible inmediata son los únicos resultados de los cuales ellos se preocupan al comunicar el evangelio. Comparadas con ellas todas las otras cosas quedan destinadas a las sombras. Aparentemente, producirlas es el gran fin y objeto de sus trabajos. Digo sin vacilación que una enseñanza desnuda, de un modo parcial es en extremo maliciosa.

Que ninguno se equivoque con esto. Apruebo a conciencia que se ofrezca a los hombres una salvación en Cristo Jesus completa, libre, en el momento e inmediata. Apruebo a conciencia urgir en un hombre la posibilidad y el deber de una conversión inmediata. En estas materias no le doy orden a nadie, sin embargo, digo que estas verdades no deben ser puestas delante de los hombres desnudas, en forma simple y por sí mismas. Deben exponerse en forma honesta, indicando a lo que ellos se están enfrentando al profesar su deseo de salir del mundo y servir a Cristo. No puede ofrecérseles ser parte del ejercito de Cristo, en cualquiera de sus rangos, sin indicarles las batallas que ello involucra. En una palabra, se les debe decir honestamente que deben considerar el costo.

Si alguna persona se pregunta cuál fue la práctica del Señor Jesucristo en este tema, que lea el evangelio de Lucas. El nos dice que, en una cierta ocasión: “Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”. (Luc 14:25-27). Debo decir abiertamente que no puedo reconciliar este pasaje con las conductas de muchos maestros religiosos modernos. Y aún más, en mi opinión, la doctrina de esta es clara como la luz del mediodía. Nos muestra que no debemos apresurar a los hombres a un discipulado de profesión sin advertirles claramente sobre considerar el costo.

Si alguno se pregunta cuál fue la práctica de los eminentes y mejores predicadores del evangelio en el pasado, soy preciso en decirles que todos ellos tenían en sus bocas el testimonio de la sabiduría de nuestro Señor en manejar multitudes de la forma en que me he referido anteriormente. Luther, Latimer, Baxter, Wesley, Whitefield, Berridge y Rowland Hill estaban de modo penetrante apercibidos del engaño que habita en el corazón del hombre. Ellos sabían muy bien que todo lo que brilla no es oro; que la convicción no es conversión, que el sentimiento no es fe, que el sentimiento no es gracia, que no todos los retoños vienen con fruto. “No se engañen” era su constante grito. “Consideren bien lo que hacen. No corran antes de ser llamados. Consideren el costo”.

Si deseamos hacer bien, nunca tengamos vergüenza de caminar los pasos de nuestro Señor Jesucristo. Trabaje duro si usted desea, y tiene la oportunidad, de cuidar las almas de los otros. Presiónelos a considerar sus caminos. Compélalos con violencia santa a venir, bajar sus armas y someterse a Dios. Ofrézcales salvación, lista, libre, completa e inmediata. Hágales que acepten a Cristo y Sus beneficios, pero en todo su trabajo dígales la verdad y toda la verdad. Avergüéncese de usar las artes vulgares para reclutar contingente. No hable sólo del uniforme, la paga y la gloria, hable también de los enemigos, la batalla, la armadura, la vigilia, la marcha y el ejercicio. No presente tan solo un lado de la cristianidad. No guarde la cruz de la abnegación que debe ser llevada cuando usted hable de la cruz en la cual Cristo murió por nuestra redención. Explique en su todo lo que la cristianidad involucra. Ruegue a los hombres para que se arrepientan y vengan a Cristo pero decláreles al mismo tiempo que deben considerar el costo.

3. ALGUNOS CONSEJOS

Apenado de verdad debiera estar si no dijera algo en esta etapa del tema. No tengo deseos de desanimar a ninguno o que alguno se desista del servicio a Cristo. Es el deseo de mi corazón impeler a todos de continuar adelante y tomar la cruz. Consideremos el costo por todos los medios y considerémoslo cuidadosamente. Recordemos que si lo consideramos correctamente y miramos todas las aristas no habrá nada que nos provoque temor.

Déjenme mencionar algunas cosas de que deben estar siempre dentro de nuestros cálculos al considerar el costo de la verdadera cristianidad. Pongamos honesta y justamente lo que usted deberá dejar y pasar si usted se convierte en un discípulo de Cristo. No omitamos nada. Pongamoslo todo. Pongamos de lado a lado las sumas que le voy a dar. Hago esto limpia y correctamente y no tengo miedo de los resultados.

a. Cuente y compare las ganancias y las perdidas, si usted es un cristiano de corazón verdadero y santo. Usted posiblemente puede perder algo en este mundo pero usted ganará la salvación de su alma inmortal. Esta escrito: “¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mar 8:36).

b. Cuente y compare la alabanza y la culpa, si usted es un cristiano de corazón verdadero y santo. Usted posiblemente puede ser culpado por el hombre pero tendrá la alabanza de Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo. Su culpa vendrá de los labios de unos pocos hombres y mujeres pecaminosas, ciegas y falibles. Su alabanza vendrá del Rey de reyes y el Juez de toda la tierra. Es sólo aquellos que El bendice los que serán realmente bendecidos. Esta escrito “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mat. 5:11,12).

c. Cuente y compare los amigos y los enemigos, si usted es un cristiano de corazón verdadero y santo. A un lado suyo están la enemistad del demonio y de los perversos. Al otro, usted tiene el favor y la amistad del Señor Jesucristo. Sus enemigos, a lo sumo, pueden magullarle el talón. Ellos pueden expresar su rabia voz en cuello y acompasar el mar y la tierra para trabajar por su ruina pero no pueden destruirlo. Su Amigo es capaz de salvar hasta lo máximo a todos aquellos que vienen a Dios a través de Él. Ninguno podrá jamás arrebatar a Su oveja de Su mano. Esta escrito: “No tengan miedo de aquellos que pueden matar el cuerpo y que después de eso no pueden nada mas, pero les advierto de aquel a quien deben temer, temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed” (Lucas 12:5).

d. Cuente y compare la vida que ahora es y la vida que vendrá, si usted es un cristiano de corazón verdadero y santo. El tiempo actual, sin ninguna duda, es un tiempo difícil. Es un tiempo de vigilia y oración, pelea y lucha, de creer y trabajar. Pero es sólo por unos pocos años. El tiempo futuro es un tiempo de descanso y estimulando. El pecado será eliminado. Satanás será atado. Y, lo mejor de todo, será un descanso eterno. Esta escrito: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Cor. 4:17,18).

e. Cuente y compare los placeres del pecado y la felicidad del Servicio a Dios, si usted es un cristiano de corazón verdadero y santo. Los placeres que el hombre mundano se da a sí mismo por sus propios medios son vanos, irreales e insatisfactorios. Ellos son como fuego de espinas, chispeantes y crujientes por unos pocos minutos pero que luego se sofocan para siempre. La felicidad que Cristo da a su Pueblo es algo sólido, duradero y sustancial. No depende de la salud o las circunstancias. Nunca abandona al hombre, ni aún en su muerte. Concluye en la corona de gloria que no se desvanece. Está escrito: “Que la alegría de los hipócritas es breve.” “Porque la risa del necio es como el estrépito de los espinos debajo de la olla” (Job 20:5, Ecl 7:6). También está escrito: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14:27).

f. Cuente y compare los problemas que la verdadera cristianidad conlleva y los problemas que se almacenan para los malvados más allá de la tumba. Conceda por un momento que la lectura de la Biblia, orar, arrepentirse, creer y vivir santamente requiere dolor y abnegación. Todo esto es nada comparado a la ira que vendrá que está almacenada por los impenitentes y no creyentes. Un solo día en el infierno será peor que una vida entera llevando la cruz. El “gusano que nunca muere y el fuego que no se sofoca” son cosas que sobrepasan el poder humano de concebir o describir completamente. Esta escrito: “Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes a lo largo de tu vida, y de la misma forma Lázaro, males; pero ahora él es consolado y tú atormentado”. (Luc 16:25).

g. Cuente y compare el número de aquellos quienes se vuelven de sus pecados y del mundo y que sirven a Cristo, y el número de aquellos que abandonan a Cristo y retornan al mundo. En un lado usted encontrará miles; en el otro, ninguno. Multitudes están cada año saliendo del camino ancho y entrando al angosto. Ninguno que realmente entra al camino angosto se cansa de él y retorna al ancho. Las huellas en el camino de bajada se ven menudo saliéndose de éste. Las huellas en el camino al cielo son de una vía. Está escrito: “El camino de los impíos es como la oscuridad”. “El camino de los transgresores es duro” (Prov. 4:19, 13:15). Pero está también escrito: “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. (Prov. 4:18)

Sumas como estas, sin duda, no se hacen regularmente en forma correcta. Estoy bien apercibido de que no pocos están siempre “vacilando entre dos opiniones”. No pueden decidirse de cuan valioso es servir a Cristo. Las pérdidas y ganancias, las ventajas y desventajas, las penas y las alegrías, las ayudas y los obstáculos a ellos les parece que están balanceadas y no pueden decidirse por Dios. Ellos no pueden hacer esta gran suma correctamente. Ellos no pueden obtener el resultado tan claro como debe ser. Ellos no cuentan bien.

¿Pero por qué ellos yerran tan grandemente? No tienen fe. Pablo nos aconseja de cómo llegar a la conclusión correcta en lo que se refiere a nuestras almas en Hebreros 11, revelando el poderoso principio que opera en los negocios cuando hacemos la cuenta. Ese es el mismo principio que Noé entendió y que yo aclararé ahora.

¿Cómo fue que Noé perseveró en construir el arca? Permaneció solo en medio de un mundo de pecadores y no creyentes. Tuvo que soportar el desdeño, que lo ridiculizaran y las mofas. ¿Qué era lo que mantenía su brazo y lo hizo trabajar pacientemente y encararlo todo? Fue su fe. El creyó en la ira por venir. El creyó que no había seguridad alguna, excepto en el arca que él estaba preparando. Creyendo, no dio crédito a la opinión del mundo. El consideró el costo por la fe y no tuvo dudas que construir el arca era ganancia.

¿Cómo fue que Moisés abandonó los placeres de la casa de Faraón y rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón? ¿Cómo fue que dejó su todo por gente despreciada como los Hebreos y arriesgó todo en este mundo por llevar adelante el gran trabajo de su liberación de la esclavitud? En el sentido práctico “estaba perdiendo todo a cambio de nada”. ¿Qué lo movió? Fue su fe. Creyó que la “compensación del premio” era mayor que todos los honores en Egipto. Consideró el costo por fe, viendo a “Aquel es invisible”, y fue persuadido que abandonar Egipto e ir hacia el desierto era ganancia.

¿Cómo fue que Saulo, el fariseo, pudo decidirse a ser un cristiano? El costo y el sacrificio del cambio eran temerosamente grandes. El abandonó todas sus brillantes posibilidades entre su propia gente. Se puso a sí mismo, en lugar de obtener el favor de los hombres, en ser un hombre odiado, considerado enemigo y perseguido aún hasta la muerte. ¿Qué fue lo que lo posibilitó a enfrentar todo esto? Fue su fe. El creyó que Jesús, quien lo encontró en el camino a Damasco, podría darle cien veces más de lo que debía abandonar y, en el mundo por venir, una vida eterna. Por fe consideró el costo y vio claramente el lado en que la balanza se inclinaba. El creyó firmemente que llevar la cruz de Cristo era ganancia.

Señalemos bien estas cosas. La fe que hizo a Noé, Moisés y Pablo hacer lo que ellos hicieron, esa fe es el gran secreto de llegar a la conclusión correcta cuando hablamos de nuestras almas. Esa misma fe debe ser nuestra ayudadora y rápida calculadora cuando nos sentemos a considerar el costo de ser un verdadero cristiano, es la misma fe con que pedimos “Danos más gracia”. Armados con esa fe pondremos las cosas en su verdadero lugar. Llenos de fe, ni agregaremos nada a la cruz ni sacaremos nada de la corona. Nuestras conclusiones serán todas correctas. Nuestra suma final no tendrá errores.

1. Hagamos ahora una pregunta seria: ¿Cuánto le cuesta a usted su cristianidad? Es muy probable que no le cueste nada. Es probable que no le cueste problemas, tiempo, pensamientos, cuidado, dolor, lectura, oraciones, abnegación, conflictos, trabajo, ninguna obra. Ahora note lo que digo: Tal religión nunca salvará su alma. Nunca le dará paz mientras viva ni esperanza mientras muera. No lo sustentará en el día de la aflicción, no lo alegrará en la hora de la muerte. Una religión que no cuesta nada no vale nada. Despierte antes de que sea demasiado tarde. Despierte y arrepiéntase. Despierte y conviertase. Despierte y crea. Despierte y ore. No descanse hasta que pueda dar una respuesta satisfactoria a mi pregunta: ¿Cuánto le cuesta?

Piense, si usted desea motivos conmovedores para servir a Dios, en lo que cuesta entregarle salvación a su alma. Piense como el Hijo de Dios dejó el cielo y se volvió Hombre, sufrió en la cruz y permaneció en la tumba para pagar su deuda con Dios y trabajar por su completa redención. Piense en todo esto y aprenda que no es materia simple poseer un alma inmortal. Vale la pena hacerse problemas por el alma de uno.

Ah, hombre y mujer floja, hemos llegado realmente a esto. ¿Usted se perderá el cielo por no hacerse problemas? ¿Está realmente determinado a un naufragio sólo por el simple disgusto del esfuerzo? Fuera con el pensamiento vano y cobarde. Levántese sea un hombre / mujer. Dígase a usted mismo “Cualquiera sea el costo, yo, me esforzaré por entrar por la puerta estrecha”. Mire a la cruz de Cristo y tome nuevo coraje. Mire la muerte, el juicio y la eternidad y sea serio. Ser un cristiano puede costar mucho pero puede estar seguro que paga.

Si algún lector de este mensaje realmente siente que ha considerado el costo y ha tomado su cruz, lo conmino a perseverar y continuar. Me atrevo a decirles que aun cuando a menudo sientan su corazón débil y sean profundamente tentados a abandonar en desesperación; cuando sus enemigos parecen ser muchos, sus pecados arremetan fuerte; sus amigos sean tan pocos, el camino tan empinado y angosto, y ustedes puedan saber apenas qué hacer, les digo, perseveren y continúen.

El tiempo es breve. Unos pocos años más vigilando y orando, unos pocos más zarandeos en el mar de este mundo, un poco de muertes y cambios, un poco más de inviernos y veranos y todo acabará. Habremos peleado nuestra última batalla y no necesitaremos pelear más.

La presencia y compañía de Cristo nos compensará por todo lo que sufrimos aquí abajo. Cuando veamos cómo hemos sido vistos y miremos atrás el viaje de la vida, nos asombraremos de nuestra propia debilidad de corazón. Nos maravillaremos de cuánto hicimos por nuestra cruz y de lo poco que pensamos en nuestra corona. Nos maravillaremos que al considerar el costo no podríamos haber dudado de cual lado la balanza ganadora se inclina. Tomemos coraje. No estamos lejos de casa. Puede costar mucho ser un verdadero cristiano y un hombre consistentemente santo, pero paga.

Fuente original

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