21 agosto 2019

Arriesgando todo por lo mejor


Texto: Mateo 13:44-46
Tema: El costo del incomparable Reino de Dios


I.- INTRODUCCIÓN
            Las parábolas de Jesús son aquellas breves narraciones dichas por Jesús de Nazaret que encierran una educación moral y religiosa, revelando una verdad espiritual de forma comparativa. No son fábulas, pues en estas no intervienen personajes animales con características humanas, ni alegorías, pues se basan en hechos u observaciones creíbles de la naturaleza, teniendo la mayoría de estas elementos de la vida cotidiana.
            La finalidad de las parábolas de Jesús es enseñar cómo debe actuar una persona para entrar al Reino de los Cielos y, en su mayoría, revelan también sus misterios. En ocasiones Jesús usó las parábolas como armas dialécticas contra líderes religiosos y sociales, como por ejemplo la Parábola del fariseo y el publicano y la Parábola de los dos hijos.
            Jesús dice que enseña usando parábolas para que comprendan su mensaje sólo aquellos que han aceptado a Dios en su corazón y para que los que tienen "endurecidos sus corazones" y han "cerrado sus ojos" no puedan entender. Por lo tanto comprender el mensaje de Jesús significaría ser un verdadero discípulo suyo y no entenderlo supone que no se está realmente comprometido con Él y por ende no podemos recibir su ayuda ni la de su mensaje.(Tomado de Wikipedia)
            Cada parábola tiene una sola interpretación y enseñanza y no debemos caer en la trampa de estar queriendo explicar cada elemento de ella y ver algo espiritual en todo lo que ella contiene. Eso es peligroso y puede llevar a herejías y a la apostasía. Además, no debemos usar las parábolas para basar en ellas doctrinas fundamentales de la vida cristiana, sólo para ilustrarlas.

II.- DESARROLLO
1.- Parábola del tesoro escondido: 13:44 Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.
            Dice Peter Ámsterdam: A lo largo de la Historia, antes de que hubiera cajas fuertes y bancos, la gente enterraba sus objetos de valor, sobre todo en épocas de inestabilidad como durante las guerras. Josefo, antiguo historiador judío, escribió este comentario sobre el período que siguió a la destrucción de Jerusalén en el 70 d. C.:
Hallábase aun de las grandes riquezas que esta ciudad tenía, no pequeña parte entre lo que estaba derribado. Algunas cosas descubrían […] los romanos, […], tanto de oro como de plata y otras cosas muy preciosas, las cuales habían enterrado y escondido en lo más hondo de la tierra, por no saber el fin y suceso que habían de tener en la guerra comenzada.

Entre los textos judíos primitivos conocidos como los Manuscritos del Mar Muerto está el rollo de cobre, una lista de objetos de valor ocultos que data del siglo I. Habla de grandes cantidades de oro y plata, así como monedas y vasijas domésticas, enterradas o escondidas en 60 lugares. Enterrar objetos de valor era algo que se hacía con relativa frecuencia. Si una persona (o familia) enterraba objetos de valor y se moría sin que nadie supiera dónde estaba su tesoro, este quedaba escondido hasta que alguien lo descubría. De vez en cuando uno se tropezaba encantado con un tesoro ocultado por otra persona.
Tal es el caso del hombre de la parábola. Ahora bien, esta parábola como de costumbre, solo nos da la información necesaria para el argumento que se va a presentar. No se nos dice quién es el hombre, ni qué hacía en el campo, ni cómo encontró el tesoro, ni en qué consiste el tesoro. Lo único que sabemos es que lo descubre y lo vuelve a tapar —en otras palabras, lo oculta y no le dice nada a nadie— y a continuación compra el campo en que se encuentra.
Jesús no aborda la cuestión de si el hombre obró de forma moral al no decirle al propietario del campo que este contenía algo valioso. Según textos rabínicos que tratan de esos asuntos, da la impresión de que, por haber encontrado el tesoro, tenía derecho a él. Comprar la parcela antes de extraer el tesoro le garantiza que nadie vaya a poder reclamarlo. Como no se menciona que hiciera nada malo, y como la parábola no entra en el terreno de la ética, los exegetas de la Biblia suponen que en la manera de conducirse del hombre no debía de percibirse nada moralmente reprobable. El propósito de la parábola es mostrar la tremenda alegría del hombre cuando encontró el tesoro, hasta el punto de que estuvo dispuesto a vender todo lo que tenía para comprar el campo.
           
Dice el Pr. Jair Sánchez: Esta parábola no hace referencia a que podemos comprar con nuestro dinero el reino de Dios, pues  lo que realmente significa es que el reino de Dios es nuestro tesoro más preciado,  esto ubica nuestro corazón. Tener puesta la mirada en las cosas terrenales, no desvía de las riquezas celestiales, las cuales son eternas. Cuando cambiamos nuestra mentalidad con respecto al significado de la vida, ya que la Escritura dice: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.” (Lucas 12:15), las aflicciones y dolores por los afanes de esta vida comienzan a descansar en aquel que por su gracia y misericordia reina en nuestro corazón, el Rey de reyes y Señor de señores.
Jesús es nuestro tesoro preciado, y si comenzamos a valorarlo por lo que significa realmente para nuestras vidas, no estaremos tan preocupados como los que no conocen a Dios. La verdadera riqueza es Dios.
El hombre que descubrió el tesoro escondido en el campo fue grandemente bendecido por Dios, no fue un accidente; fue una expresión del amor de Dios y él reconoció su valor cuando lo encontró.
Algunos están persiguiendo las vocaciones ordinarias de la vida cuando de repente suena la reja de arado contra una caja de tesoros enterrados. El agricultor de repente es rico más allá de sus sueños.
A pesar de que la transacción costó al hombre todo, él pagó nada por el propio tesoro de valor incalculable. El tesoro vino gratis con el campo. Nada es más precioso que el reino de los cielos; sin embargo, Dios lo da a nosotros como un regalo. 

           
2.- Parábola de la perla preciosa: 13:45,46  También el reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y al hallar una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.
            Hay que hacer notar que en esta parábola, la expresión preciosa en griego es la palabra polútimos que significa: extremadamente valioso, precioso, mucho más precioso
            En esta parábola, el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca perlas finas. En contraste con la parábola anterior, Jesús muestra ahora otro aspecto del reino.
En la Antigüedad, las perlas eran consideradas gemas muy preciosas y se les atribuía gran valor. En el mar Rojo, el golfo Pérsico y el océano Índico, había buzos que se sumergían en el agua en su búsqueda, y solo la gente rica se las podía permitir. Plinio el Viejo, escritor del siglo I, describió las perlas como los artículos de mayor valor; dijo que ocupaban «el primer lugar» y tenían «el primer rango entre todas las cosas de valor». En el Nuevo Testamento, las perlas se ponen a la par con el oro y las piedras preciosas.
A diferencia del hombre que tropieza en un campo con un tesoro, esta parábola nos presenta a un comerciante —muy probablemente un mayorista por la palabra griega usada— que viaja de ciudad en ciudad buscando activamente perlas para comprar y revender. Cuando encuentra una de máxima calidad, sumamente valiosa, vende todo lo que tiene para adquirirla.
En algunos casos, la religión es el resultado de una búsqueda diligente. El hombre no puede ser feliz sin Dios. Él va de la filosofía a la filosofía, de un sistema a otro, pasando las perlas a las bandejas del concesionario; pero de repente su apatía se transforma en impaciencia cuando descubre el Cristo. Aquí está la perla de gran precio. Él ha buscado y encontrado, y está preparado para renunciar a todo.


III.- EXPLICACIÓN
            Las semejanzas de estas dos cortas parábolas dejan claro que enseñan la misma lección; que el reino de los cielos es de un valor incalculable. Ambas parábolas involucran un hombre que vendió todo lo que tenía, para poseer el reino. El tesoro y la perla representan a Jesucristo y la salvación que Él ofrece. Y aunque no podemos pagar por la salvación mediante la venta de todos nuestros bienes materiales, una vez que la hemos encontrado, estamos dispuestos a renunciar a todo para poseerla.
            En ambas parábolas, los tesoros están ocultos, lo que indica que la verdad espiritual es ignorada por muchos y no se puede encontrar por la inteligencia, el poder o la sabiduría del mundo. Y 1 Corintios 2:14 deja claro que los misterios del reino están ocultos a algunos que no son capaces de escuchar, ver y comprender estas verdades. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.
            Si bien el descubrimiento de los objetos de valor se hizo de manera distinta —en un caso, insospechadamente; en el otro, a consecuencia de una cuidadosa búsqueda—, ambos hombres tuvieron que actuar con decisión para adquirirlos. No fue todo descubrir los tesoros: tuvieron que vender y luego comprar, y fue únicamente realizando esas acciones que llegaron a poseer los objetos de valor. En ambas parábolas, los hombres se vieron ante oportunidades únicas cuyo aprovechamiento exigía una acción importante. Su decisión y el riesgo que asumieron cambiaron su vida.
Note que el comerciante dejó de buscar perlas cuando él encontró la perla de gran valor. La vida eterna, la herencia eterna, y el amor de Dios a través de Cristo constituyen la perla que, una vez encontrada, hace que la búsqueda adicional sea innecesaria. Cristo llena nuestras mayores necesidades, satisface nuestros deseos, nos hace rectos ante Dios, nos da la paz y calma nuestros corazones, y nos da la esperanza para el futuro. El “grande precio”, es lo que fue pagado por Cristo por nuestra redención. Él se despojó de Su gloria, dejó Su trono en el cielo y vino a la tierra en forma de un hombre humilde y derramó Su preciosa sangre en la cruz para pagar el castigo por nuestros pecados.
            Jesús dice que el reino de los Cielos es como quien encuentra algo de gran valor y se arriesga para obtenerlo. El descubrimiento es emocionante, y hay conciencia de su valor y de lo mucho que costará obtenerlo. Teniendo en cuenta su valor y la alegría de poseerlo, vale la pena venderlo todo para conseguirlo. Entrar en el reino de Dios gracias al sacrificio y la resurrección de Jesús, convertirnos en hijos de Dios y tener Su Espíritu en nuestro interior es por un lado emocionante y por otro valioso. Encontrar el reino es hallar un tesoro que vale la pena adquirir a cualquier precio. En ambas parábolas, los hombres lo vendieron todo para adquirir uno el campo y otro la perla; pero venderlo todo para obtener un valioso tesoro y conocer la alegría de adquirirlo les valió la pena con creces. De la misma manera, merece la pena darlo todo por el reino de Dios. El elevado costo debe analizarse a la luz de la incalculable ganancia.
Tal como explicó el apóstol Pablo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.” (Filipenses 3:7-9)
El reino de los cielos es más valioso que cualquier otra cosa que podemos tener, y una persona debe estar dispuesto a renunciar a todo por él. Lo que más debemos valorar es conocer a Cristo y formar parte del reino de Dios. El concepto de vender todo lo que uno tiene para obtenerlo refleja la verdad de que ningún costo es excesivo con tal de obtener el reino.
 Por entrar en el reino vale la pena renunciar a todo lo demás. Si bien poner a Dios en el centro de nuestra vida tiene su costo, bien vale la pena por la alegría eterna y el inconmensurable valor de formar parte del reino.

IV.- CONCLUSIÓN
            El Señor Jesús dijo: Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14:33)
            El Señor es más tajante todavía: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14:26)
            Pero en su gracia, misericordia, amor y providencia Jesús promete: Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. (Mateo 19:29)
            Y tú: ¿A qué o quién debes renunciar para entrar al Reino de Dios? ¿Cuál es el costo que Dios quiere que pagues por su precioso reino? ¿Qué persona o cosa ahora te parece más preciosa que Jesús? Para ti: ¿Qué persona o cosa ahora mismo es más valiosa que Jesús y su reino?
            Medita en estas preguntas, de tu respuesta depende la salvación o la perdición, el reino de Dios o la condenación eterna en el infierno. Dios te abra el entendimiento y te dé sabiduría.


Predicador: José Amado Silvestre Marte

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